La vida nos enfrenta a muchas pérdidas: desde la muerte de nuestros padres, hermanos e hijos, hasta la de nuestras mascotas. Pero también lo son los divorcios, las separaciones, las mudanzas o las rupturas amorosas porque provocan en nosotros duelos a los que debemos hacer frente, a veces con mucha confusión y pocas herramientas.

No elaborar esos duelos nos hace llevar una maleta muy pesada por la vida, llena de rencores y cuentas pendientes. Aunque, por supuesto, no siempre tiene que ser así. Desde Cuerpomente hablamos con la tanatóloga y especialista en duelos, Gaby Pérez Islas, quien nos ofrece otra visión en su nuevo libro ‘Cómo sanar un corazón roto’, un manual práctico y directo de sanación y crecimiento que acompaña durante todas las fases del duelo. Hablamos con ella para averiguar cuál es la forma más sana de afrontarlo desde la responsabilidad y la tranquilidad.

–¿Qué es el duelo y cuándo empieza a ser patológico?
–El duelo es el proceso, el tiempo que tarda en acomodar todos los sentimientos y emociones después de haber perdido. ¿Cuándo empieza a ser patológico? Cuando se queda detenido. El duelo debe de avanzar sin prisa, pero sin pausa. Recorrer las etapas del duelo, que son cinco: la negación, la rabia, la negociación, la depresión reactiva y la aceptación. Y debe de ir avanzando, hacer tareas para evolucionar. Se dice patológico o un duelo “congelado” cuando te quedas en una de esas etapas.

 

–Pero, lamentablemente, no todos sabemos cómo acompañar el duelo y a menudo expresamos frases que más que ayudar hacen todo lo contrario. ¿Cómo es la mejor forma de acompañar un duelo?
–Es cierto, totalmente. No hay que buscar una frase que le quite el dolor al otro, sino una frase que valide su dolor. Entonces, no buscamos hacer chiquito el dolor, pequeño el dolor, sino grande a la persona. Toda frase que parezca una orden, una instrucción, hay que quitarla. “No llores”, "no digas eso”, “no pienses así”... Elimínalas, porque además de todo lo que está viviendo el doliente, tú le estás dando órdenes y lo que deberíamos de dar es empatía. Entonces, hay que tener una curiosidad genuina: “¿Cómo estás? Me imagino lo que sientes, pero ¿cómo es lo que estás sintiendo? ¿Cómo te puedo ayudar?”.

–¿Qué pasa cuando no sabemos qué decir?
–Si no sabemos qué decir, mejor dar un abrazo. El abrazo siempre será el lenguaje de la pérdida y es lo que nos hizo tanta falta en la pandemia. Alguien que te contenga, que te abrace y te exprese lo que siente la persona, que no te diga cómo te debes sentir tú. Yo te puedo decir: “te quiero, me ha gustado estar aquí para ti. No hay otro lugar en el mundo en este momento donde yo quisiera estar más que en tus brazos”. Tengo que hablar de mí. No decirte a ti cómo te debes de sentir. Y por favor, no recurrir a frases trilladas como “esto pasa por algo”, “algo tenías que aprender de eso”, “échale ganas”, “Dios sabe lo que hace”… Por favor, no.

–Hay pérdidas que son difíciles de llevar, no es lo mismo perder a una madre cuando eres niño que cuando ya eres una persona adulta. ¿Cómo afrontar tan duro golpe?
–Pues depende de la red de apoyo que tengas. En efecto, la peor edad para perder a una madre, por ejemplo, es la adolescencia. Porque el niño pequeño que se queda sin su madre va a buscar una figura materna sustituta, pero el adolescente no acepta sustitutos. Entonces, esa es la peor edad. Pero según la edad en la que sea, hay que buscar quién es su red de apoyo, quién lo contiene.

No se puede ser madre y padre a la vez, pero con que seas un buen padre, eso amortigua mucho la ausencia de una madre. Entonces, creo que es importante darle herramientas a la persona y no menospreciarlo. Jamás decir “pobrecito lo que le ha pasado”. No. Hay que creer que puede con lo que le pasó, ayudarlo y acompañarlo en eso. Pero siempre desde la misericordia, que es pensar que a mí me pudo haber pasado. No es la lástima, sino la igualdad y darle herramientas, porque se puede salir adelante de cualquier duelo y a cualquier edad.

Pero como dices hay duelos que son muy difíciles. Quizá la mayor pérdida es la de un hijo. ¿Qué se puede hacer para ayudar a esos padres?
–Sí, la pérdida de un hijo es durísima. Por eso tengo un libro aparte que se llama ‘Elige no tener miedo’, porque yo no podía incluir la pérdida de un hijo en un catálogo de pérdidas. Esa merecía un libro aparte. ¿Cómo se ayuda a esos padres? Pues explicándoles que no es antinatural lo que les pasó, que esa supuesta ley de vida de la que nos han hablado donde un hijo no debería de morir antes que los padres es falsa.

El único requisito para morir es estar vivo. Así que cualquiera puede morir y eso no significa que fallaste como padre, sino que lo acompañaste hasta el último momento. La satisfacción del deber cumplido te va a ayudar en un duelo. Y también entender, hacerle entender a un padre, que por duro que sea lo que haya vivido, estoy segura que no hubiera preferido no conocerlo, sino que hubiera preferido conocerlo y volver a vivir todo esto con tal de haberlo tenido, porque el amor le gana al dolor.

 

–Otra de las pérdidas más grandes que hay dices que es la de la pareja. ¿Por qué es tan difícil este duelo?
–La pérdida de la buena pareja, porque la pérdida de la mala pareja es una liberación. Hemos visto todos viudas que florecen después de eso, ¿no? Porque si era un marido que las sometía, que no las dejaba hacer, bueno, pues entonces cuando tienen esa libertad y tienen la satisfacción del deber cumplido, está bien. Pero cuando es una buena pareja pierdes muchos roles en uno. Pierdes al padre de tus hijos, pierdes tu compañero sexual, pierdes con quien convivías, quien te hacía la vida más fácil y, sobre todo, parte de tu proyecto de vida, la persona con la que pensabas envejecer.

Cuando tú pierdes un hijo, que es muy duro, si tienes una buena pareja, entre los dos cargan ese dolor. Pero cuando pierdes a una buena pareja, aunque tengas los mejores hijos del mundo, tú lo vas a vivir solo porque esos hijos tienen el dolor de la muerte de su padre o de su madre. Y tú vas a tener que vivir esto. No van a poder con tu dolor. Entonces es muy inhabilitante la pérdida de la buena pareja. Te cambia absolutamente cada una de las áreas de tu vida. Es la que sucede bajo tu propio techo. Tte mete de lleno en una soledad que no esperabas. Por eso es tan difícil.

 

–Cuando el dolor nos supera entran en juego las somatizaciones, así lo expresas en tu libro. ¿Nos puedes poner ejemplos?
–Sí, es que el cuerpo también llora, no solamente lloran los ojos, no nada más llora el alma. Entonces las dermatitis, las colitis, las gastritis, todas las -itis significan inflamación. Y si bien no son originadas única y exclusivamente por las emociones, las emociones fomentan, son las que abren la puerta a que todo eso suceda. El cuerpo también llora y se ve lo que siente el cuerpo después de una pérdida, es como haber

corrido un maratón. Está agotado, está drenado. No comemos bien, no dormimos bien, no hacemos ejercicio. Renunciamos a todo lo que nos ayuda en el momento en el que más lo necesitamos. Entonces, el duelo es la oportunidad para hacer un buen equipo: cuerpo, mente y alma. Porque las tres áreas están afectadas con ese dolor y necesitas hacer equipo contigo para poder salir adelante.

–Comunicar la muerte no es sencillo, mucho más cuando es a un niño/a. ¿Cómo aconsejas hacerlo?
–Mira, yo siempre creo que con los niños hay tres reglas de oro. La verdad, la verdad a su nivel y la verdad acompañada. La persona que tiene que notificarlo tiene que ser la persona más cercana al niño, la persona más cercana que le queda. Si murió mamá, tiene que ser papá quién se lo diga. Si murió el abuelo, tiene que ser mamá quién se lo diga. O sea, la persona más cercana. En presencia, no por un mensaje, no mandado a decir por alguien, no por teléfono; tiene que ser en vivo, de frente. Tiene que bajar a su nivel, si es que es pequeñito, para que haya contacto visual y explicarle lo que pasó. De manera corta, breve.

–¿Qué podemos decir en este momento?
–Decirle, muy importante, que la persona que murió está bien, que ya no sufre. Creo que eso a un niño lo angustia. Dos, que el niño no tuvo nada que ver, que no es su culpa. Y algunos dirán “obviamente no”, pero el niño es muy egocéntrico. Al niño le hemos dicho siempre “come bien para que mamá esté contenta”, “portate bien para que papá esté feliz”. Y cuando ve a todos tristes, el niño dice “¿qué hice? Es mi culpa, algo pasó”. Entonces hay que explicarle que no es su culpa, pero que sí puede hacer algo para hacernos a todos sentir mejor y sentirse mejor él. Hay que ayudarle al niño a despedirse por medio de una carta, un dibujo… O sea, hay que hacer cierres y dinámicas de despedidas para acompañar al niño en su dolor.

–Hay pérdidas que no implican la muerte de un ser querido, es el caso de un divorcio o una separación. ¿Cómo recomiendas sanar esas heridas?
–Bueno, este también es tema de otro libro, de mi más reciente libro ‘La muerte del amor’, porque es un duelo complicadísimo. En la viudez te queda el agridulce consuelo de que la persona no quería irse, se tuvo que ir, pero en la separación o en la infidelidad sí se quería ir. Aquí, además del dolor, tienes que mantener a raya al ego,

que son tres letritas, pero es una palabra de dimensiones gigantescas. El orgullo. Cuidado con eso porque puede ser una trampa de “a mí no se me hace esto, no es justo, no se vale”. Y yo siempre digo, “se vale que te dejen de querer”. Lo que no se vale es que te dejes de querer. Eso es lo que no se vale.

–¿Qué ocurre cuando es la propia muerte la que se tiene que afrontar?
–Esa sí que es la peor pérdida de todas, porque tienes que despedirte no nada más de ese hijo o de tu madre, tienes que despedirte de todos ellos y del mundo como lo conoces y de lo que te gusta comer. Es muy duro saber que te vas a ir, pero te da la oportunidad, de cerrar ciclos, de despedirte, de agradecer, de irte por la puerta grande y no por la puerta de atrás, como digo yo, ¿no? De dejar este mundo con dignidad, sabiendo que lo has dejado un poquito mejor de lo que lo encontraste. Y hay que tener a la muerte en un buen concepto.

Por eso, todos deberíamos abrir esta conversación, porque si es lo único seguro que tenemos en la vida, deberíamos llegar mejor plantados a enfrentarlo y no sentir que “qué mala suerte que me tocó, ¿por qué a mí?”, e irte con este sentimiento de injusticia.

–Cada duelo es distinto, pero ¿cómo podemos recuperar la ilusión tras un golpe tan duro?
–Mira, yo creo que sí, que es un golpe durísimo, yo le llamo que es un “sartenazo” que te da la vida y te deja resonando. Pero luego la vida misma se encarga de echar las redes para que te quieras quedar en ella. Hay dolor en esta vida, hay sufrimiento, pero también hay amor, también hay belleza, también hay disfrute. Cuando tenemos una visión de túnel que solo se fija en lo que perdió, entonces es muy duro. Considero que hay que decirle “sí” a la vida bajo cualquier circunstancia, porque perdiste, y algún día tú te irás de esta vida, y no sabemos cuánto tiempo falta para eso. ¿De verdad vas a invertir cinco años en quedarte enojado y triste por tu pérdida? ¿Y si esos cinco años fueran los últimos que tú vas a vivir, así querrías vivirlos?