Llevaba tiempo intentando escuchar la voz de la naturaleza. Hace tres décadas trabajé con Raimon Panikkar, pionero entre los filósofos que intuyeron la necesidad de pasar de la ecología a la ecosofía. La ecosofía puede entenderse como la sabiduría de la Tierra viva, una sabiduría que los pueblos indígenas a menudo han sabido escuchar y que, si prestamos atención, también está a nuestro alcance.

En años recientes estudié cómo diversos filósofos, desde la Grecia clásica al romanticismo alemán, habían entendido el Anima Mundi o Alma del Mundo.

Escuchar la voz de la Tierra 

En la primavera de 2020 (aquella insólita primavera en que disminuyó el ruido y se disparó la inquietud), la editorial Kairós me hizo un en-cargo especial. Querían publicar un libro sobre panpsiquismo, la idea de que la psique o la conciencia está presente en todas partes.

Acepté con la condición de hacerlo a mi manera. Pronto se convirtió en una novela ambientada en plena naturaleza, en el Pirineo, con sus personajes y diálogos, en que la narración la hacía el propio ecosistema, que iba observando lo que hacen los humanos. La voz de la Tierra fue creciendo, hasta convertirse en un monólogo en que expresa lo que percibe a través de la diversidad de sus paisajes y experiencias.

Un viaje a través de los amaneceres más bonitos del mundo

Así habla la Tierra es un recorrido por las múltiples formas de ser y de sentir que se expresan en las diversas formas de vida. Arranca con unas palabras dirigidas a la lectora o lector. «Hace cuatrocientos años, en las ciudades, empezasteis a olvidar que estoy viva. Vuestros antepasados, aquí y en todas partes, me conocían. Habéis dejado de verme y de escucharme. Creéis que estáis solos en la cúspide del mundo, que sois los únicos que sienten y piensan, los únicos que cuentan. Pero el árbol que tocáis también siente vuestro tacto, la tierra que pisáis siente vuestros pasos, el agua en la que os zambullís siente vuestros cuerpos, el aire que respiráis siente vuestro ánimo. No estáis solos. Es hora de que sepáis lo que observo, en mi cuerpo y en vuestro horizonte».

Este viaje de los amaneceres (y ocasos y mediodías) va hacia el oeste, hasta dar una vuelta completa a la Tierra. Atraviesa océanos y selvas, y pasa ante montañas sagradas y lugares espectaculares. Y a lo largo del recorrido nos invita a conocer con mayor profundidad los ciclos de la biosfera, a reconocer los retos de nuestro tiempo y a apreciar más a fondo el prodigio de la existencia.

 

Amanece en el cráter del Ngorongoro

Amanecer Ngorongoro

Amanecer Ngorongoro

iStock

Elefantes, cebras, hienas, hipopótamos, rinocerontes, búfalos, leones y guepardos sienten que empieza un nuevo día. Lo sienten en sus cuerpos y en su interior.

Amanece en el delta del Nilo.

Amanecer en el Nilo
iStock

Cientos de miles de aves sienten el cambio en el aire y emprenden el vuelo. En el delta del Danubio, ante aguas del mar Negro, los nenúfares blancos sienten la caricia de la luz y abren sus pétalos.

«Sentir o no sentir, esa es la cuestión. Todo lo que está vivo siente, de maneras muy distintas de la vuestra. Pensabais que estabais solos porque creíais que únicamente los humanos tenéis sensaciones. Alzasteis un muro entre vuestra vida interior y la vida que late en el conjunto de la realidad. De ahí vuestra soledad y desorientación», dice la Tierra.

Amanece en la isla de Delos, isla sagrada de los antiguos griegos.

Amanecer en Delos
iStock

En la tierra, la luz inunda la Terraza de los Leones y brilla sobre el mosaico de la Casa de los Delfines. En el cielo, una garceta común y un halcón de Eleonora reanudan la exploración del mundo en el que han nacido.

«Vuestra experiencia y vuestra conciencia son destellos del conjunto de la realidad. ¿Qué os hizo creer que los otros seres vivos no sienten? Si el mundo no se manifestara de múltiples maneras, ¿cómo serían capaces de orientarse, de alimentarse y de hacer lo que les conviene en cada momento? ¿Cómo olvidasteis que toda forma de vida tiene su propia experiencia? Un ecosistema es una sinfonía de experiencias».

Amanece en las ruinas del santuario griego de Dodona

Las hojas de las encinas susurran al sentir la caricia del viento.

«De Platón a Schelling, pasando por Plotino, Giordano Bruno y tantos otros, vuestros grandes filósofos de Occidente sabían que la Tierra está viva y la realidad está viva. También lo sabían los sabios de Oriente. Era de sentido común en los pueblos indígenas. ¿Cómo lo olvidasteis?»

Amanece en la península del Gargano, ante el mar Adriático

Amanecer en Gargano

Los antiguos robles y hayas de la Foresta Umbra sienten la luz de un nuevo día y empiezan a transmutarla en vida.

«A través de los bosques y de las selvas, de los ríos y los mares y océanos, a través de cada una de sus especies y de cada uno de sus organismos, percibo el latido de la vida, el acontecer del mundo.»

Nace el día en el golfo de Orosei, en la costa oriental de Cerdeña

Amanecer
iStock

 Una bandada de charranes empieza a desplegar sus elegantes coreografías. ¿Qué inteligencia va guiando sus movimientos, momento a momento?

«A la parte más dinámica de mi cuerpo la llamáis biosfera. Y mi sangre es lo que llamáis hidrosfera: el agua en que late la vida del mundo, el agua que vibra en los océanos, asciende hacia las nubes, cubre las montañas, duerme en el hielo, sueña bajo tierra, mana en las fuentes, fluye en los arroyos, crece en los ríos y retorna a los mares».

Amanece en el cabo de Gata

cabo de gata
istock

 Los flamencos saludan al sol con su graznido atrompetado.

«En todo el oeste de Europa, los mirlos cantan celebrando la llegada del amanecer. Los pájaros siguen cantando mis amaneceres. Vosotros ya casi nunca los celebráis. Los diversos cantos de las aves sirven a veces para anunciar dónde están, pero son, sobre todo, una expresión de gozo y vitalidad, como lo son vuestras canciones. Cada especie alada tiene su propio repertorio de timbres y melodías para celebrar la mera existencia. Hay especies, como los mirlos, en que, desde la infancia, cada individuo desarrolla su propio estilo de canto, que es único e irrepetible. Y hay mirlos que cantan mejor que otros, de la misma manera que ocurre con los seres humanos. Escuchando con atención el canto de los pájaros, podéis vislumbrar la alegría radiante que anida en el fondo de la realidad», de la Tierra.

Conciencia sin fronteras

El alma no está en el cuerpo, sino que el cuerpo está en el alma, decía el maestro Eckhart. Nuestra conciencia personal, ¿no es como una ola individual en un océano de conciencia en el que todo participa? Eso han observado muchos filósofos:

  • En su diálogo Timeo, Platón explica que el cosmos «es un ser vivo, dotado de psique y de intelecto».
  • S. H. Nasr afirma: «La naturaleza de la realidad no es otra que la conciencia, que, huelga decir, no se limita únicamente a su modo humano individual».
  • En su última obra, Raimon Panikkar concluyó: «La vida no es un accidente que se adhiere a la materia. La Tierra es un ser vivo; el universo es un ser vivo; el cosmos entero está vivo. Es decir, la realidad está viva».

La tierra está viva

Filósofos, artistas y científicos han expresado su convicción de que la Tierra está viva:

  • Erwin Schrödinger, premio Nobel de Física, escribe en sus memorias: «Puedes lanzarte al suelo y estirarte sobre la Madre Tierra, con la firme convicción de que eres uno con ella y ella contigo».
  • Leonardo da Vinci lo expresa detalladamente en el Códice Leicester: «La hierba crece en los prados y las hojas en los árboles, y cada año muchas de ellas se renuevan. De modo que podemos decir que la Tierra tiene una fuerza vital de crecimiento, y que su carne es la tierra, sus huesos son las secuencias de estratos rocosos que conforman las montañas, sus cartílagos son las rocas porosas y su sangre son las venas de agua».